La mayoría de nosotros asociamos la palabra “líder” con personalidades y estereotipos tales como carisma, dinamismo, motivación y fortaleza. No hay nada de malo en estas definiciones, aunque son incompletas.
Entre la interconexión tecnológica y la presión social, el mundo ha cambiado mucho más rápido de lo que nosotros hemos sido capaces de adaptarnos. Se ha vuelto profunda e irreversiblemente interdependiente. Para adaptarnos de forma apropiada debemos reconsiderar cómo pensamos sobre los líderes y el liderazgo: a qué atribuimos su existencia, su éxito, su capacidad, habilidades, etc.
En nuestros días hay una característica menos obvia, que se muestra con menor visibilidad, pero que está creciendo en importancia y se comienza a mostrar como uno de los factores de éxito o reconocimiento: HUMILDAD.
Como la cáscara es a la manzana, la confianza lo es a la humildad. ¿Y por qué afirmo esto? Porque la confianza es una cualidad que facilita la conducta de colaboración, y deja al margen la imperiosa necesidad del egoísmo.
Uno de los rasgos del carácter humano es el de ser sociable, de tal manera que la confianza en los demás (en quienes trabajan con nosotros, en la empresa y en la sociedad) nos empuja al liderazgo de manera poderosa, porque nos orienta hacia el sentido de la colaboración más que al de la competencia, por mucho que se haya privilegiado a esta última en la sociedad contemporánea.
El hacer empresa requiere confianza. Sin confianza no se sabrá hacer «empresa», sino sólo negocios. La confianza entraña la actitud y las señales de que nadie quiere ser más que otro. Sólo es confiable, verdaderamente confiable, el hombre humilde. El hombre humilde no busca el dominio sobre sus semejantes, sino que aprende a darles valor por encima de sí mismo. En la forma en que típicamente utilizamos la palabra “humildad” tiende a sugerir pasividad o sometimiento a la voluntad del resto y que suelen ser sobrepasados o pisoteados. Nada más alejado de estas creencias. La humildad no es una debilidad; por el contrario, es la base de un gran liderazgo.
Autoridad moral
Humildad viene del latín “humus”, cuyo significado es “tierra o suelo”. Vale decir, literalmente, se refiere a la condición de “tener los pies en la tierra”. Expresa el hecho de estar en contacto con el suelo, de tener una conexión profunda con la principal fuente de vida y crecimiento. Lejos de disminuir la autoridad de alguien, la humildad la aumenta. Alguien humilde hará el esfuerzo de escuchar y aceptar a los demás, cuanto más acepte a los demás, más se le valorará y más se le escuchará.
Tener humildad permite mantener autoridad moral (ejercer poder a través, y no sobre la gente) basada en un liderazgo inspiracional fundamentado en valores. Se requiere de humildad para entender que los ideales y valores compartidos son más grandes y perduran mucho más que cualquier individuo, incluso el propio líder a cargo.
Existe una necesidad de poder y autoridad innegable en los negocios y en el mundo. Es muy difícil imaginar que una organización funcione sin poder ni autoridad. Pero es igualmente cierto que la autoridad formal y vertical está desapareciendo, perdiendo valor. Y mientras el vacío dejado por la autoridad formal se expande, la necesidad de autoridad moral, un referente, se hace más urgente. Requerimos de nuevos atributos para un nuevo tipo de “poder”. En nuestros días, la mayoría de los grandes líderes evitan el comportamiento autoritario (siempre hay grandes excepciones en todo proceso de adaptación) y ven en aquellos que los rodean a los motores de innovación y cambio. Hoy, la humildad no es una característica deseable para un líder, sino una que no puede faltar si se quiere ser exitoso.
Humildad es el antónimo de debilidad. Cuando un líder expone voluntariamente su vulnerabilidad y humanidad, crea una cultura de confianza y entrega, en que los empleados contribuyen voluntariamente con su propia humanidad, ofreciendo sus capacidades de colaboración, pasión y comunicación.
Por el contrario, líderes ególatras y con visiones grandilocuentes pueden llegar a ser productivos en el corto plazo, pero inevitablemente ignoran el consejo de sus colaboradores, incluso cuando están conduciendo sus empresas directo al precipicio. Los líderes arrogantes y ególatras carecen de empatía, de la capacidad de escuchar, y no pueden aprender de la colaboración con la nueva generación de líderes.
Profunda fortaleza
La humildad se trata de actitud y disposición. No significa falsa modestia. Los líderes humildes se hacen pequeños y les dan a otros la oportunidad de brillar. Así se construye una organización motivada, inspirada y comprometida con una misión colectiva que promete éxito para la organización como un todo.
La humildad es un signo de profunda fortaleza personal, autodeterminación y coraje. Se requiere ser muy fuerte para dejar a otros tomar las riendas y confiar en que harán lo correcto. Cuando al liderar con el ejemplo se crea una cultura que inspira compromiso, ya no se está únicamente liderando empleados, se es un líder de un equipo de líderes, que trabajan juntos para alcanzar mucho más que a lo que un individuo con un “título” puede aspirar.
Fuente: Forbes México